lunes, 19 de noviembre de 2012

FAN DE LA MONA


En San Francisco hay más de 80 monos en cautiverio. Eso asegura la Briyit. La Briyit trabaja a tiempo completo en la Protectora de Animales.  Es por eso que se ganó ese alias entre los vecinos del barrio , que se entretienen viendo cómo mascotas de todo tipo, a lo largo de cada día, ingresan y luego abandonan su imponente residencia, como si de un Gran Hermano faunístico se tratara.
La Briyit sabe de sobra quiénes son los dueños de esos monos, pero por el bien de la vida en comunidad prefiere no decirlo. Aunque cuenta, sin dar nombres, cosas horripilantes. Como la forma en que morían, cada dos por tres, esos monitos que traía a San Francisco, de sus viajes por Chaco, un reconocido empresario textil. Los susodichos se escapaban por la terraza de la elegante casa de dos pisos en el norte de la ciudad, y en sus tropelías por los techos contiguos se prendían de todo cable que encontraran, con uñas y dientes, hasta hallar la electrocución.  A veces, como consecuencia, parte de esa cuadra se quedaba sin luz.
La Briyit se escandaliza cuando lo menciona, pero hace esta salvedad: al menos los tenían sueltos. Es que ella pregona un cambio de conciencia, y lo hace con el ejemplo: su mona anda por donde se le canta, y se llama Libertad.  Hace poco fue a lo del Púa a que le tatuara ese nombre en el omóplato derecho,  porque el izquierdo ya lo tenía ocupado con los apodos de una tortuga de agua y de un perro callejero. Dice que el Púa, que no siente tanto la influencia de Greenpeace sino que es más del palo del rock (se ganó su fama de tatuador en la época de Bulldog y otras bandas cuyas remeras se vendían en un local de la galería Bucco), ni se imaginó que era por la mona. “La hermana hermosa”, le había dicho, con una sonrisa narcótica.
Libertad es un regalo que le hizo a la Briyit su marido, para un 29 de abril. La mona hace honor a su nombre en un radio que abarca unas tres cuadras en torno a su morada. Casi todos los habitantes de ese barrio, que queda detrás de una iglesia coqueta, tienen piscina en el patio de la casa. Libertad se divierte desconociendo los límites territoriales para robar algún flota-flota, y luego blandir el gomoso elemento parada sobre cualquier tapial, en un gesto que parece un pedido de rescate. Los fines de semana en los que la pareja se va a las sierras, se dedica a lamer asados en las parrillas ajenas o a vaciar fruteras de los vecinos. “Está acostumbrada a hacer lo que quiere”, se disculpa la Briyit cada vez que alguna víctima se lo comenta. Y a veces opta por llevársela en el auto mientras  hace los mandados, para que la situación barrial no pase a mayores.
Al arquitecto motoquero de la otra cuadra, por ejemplo, ya lo tiene de hijo. En su casa hay una planta tropical que dicen que es la predilecta de los simios. La mona aprovecha toda oportunidad que se le presente para intentar un saqueo del árbol. El arquitecto dio órdenes firmes de que la echen. Libertad es rencorosa y desde algún punto cercano ejecuta su venganza, que consiste en defecar y luego arrojar de a uno sus macizos excrementos como piedras a la anatomía de quien sea que se halle en el parque de “la mansión hostil”. Pero la Briyit tiene un sonrisa tan radiante que es capaz de ablandar al arquitecto o a cualquiera.
Incluso a su veterinario, a quien la une una deuda eterna, imposible por lo frondosa, de pagarse con dinero, y que ella va atenuando con regalos. Con el último paquete el veterinario se había ilusionado: el presente venía en una caja de microondas, y él no tenía ese electrodoméstico. Pero adentro había un chimpancé embalsamado. “A ese no pude salvarlo”, habría de confesarle más tarde la Briyit.

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